Dos amigos emprendieron una excursión. Al llegar la noche se echaron a dormir uno al lado de otro. Uno de ellos soñó que habían tomado un barco y había naufragado en una isla. Al despertar, empezó a preguntarle a su compañero si recordaba la travesía, el barco y la isla. Se quedó atómico cuando el amigo le explicó que él no había tenido el mismo sueño. No podía creerlo. Pero ¡si era un sueño maravilloso! Se negaba a aceptar que el amigo no recordara la travesía, el barco y la isla, y se enfadó con él visiblemente.
Todos tendemos a querer implicar a los otros en nuestros deseos, proyectos, necesidades, gustos y disgustos, fantasías y sueños. A veces incluso queremos imponérselos o no nos sentimos bien porque no son los suyos. La incomprensión, la falta de perspicacia, la intolerancia y la necesidad de que los demás se involucren en nuestras proyecciones e inquietudes, son todos obstáculos para el amor más genuino. Su antídoto es descubrir realmente las necesidades ajenas y ocuparse de los otros respetándolos, aceptándolos y comunicándonos con ellos, sin quererlos convertir en instrumentos de nuestras fantasías o anhelos, sin empeñarnos en que piensen, sientan y vivan como nosotros.
El libro del amor, Ramiro A. Calle
5ta. Edición