Una vez te dije que nuestra suerte como hombres es aprender, para bien o para mal, repuso. Yo he aprendido a ver y te digo que nada importa en realidad; ahora te toca a ti; a lo mejor algún día veras y sabrás si las cosas importan o no. Para mi nada importa, pero capaz para ti importe todo. Ya deberías saber a estas alturas que un hombre de conocimiento vive de actuar, no de pensar en actuar, ni de pensar que pensara cuando termine de actuar.
Por eso un hombre de conocimiento elige un camino con corazón y lo sigue: y luego mira y se regocija y ríe, y luego ve y sabe. Sabe que su vida se acabara en un abrir y cerrar de ojos; sabe que el, así como todos los demás, no va a ninguna parte; sabe, porque ve, que nada es mas importante que lo demás. En otras palabras, un hombre de conocimiento no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni tierra, solo tiene vida que vivir, y en tal condición su única liga con sus semejantes es su desatino controlado. Así, un hombre de conocimiento se esfuerza, y suda, y resuella, y si uno lo mira es como cualquier hombre común, excepto que el desatino de su vida esta bajo control. Como nada le importa mas que nada, un hombre de conocimiento escoge cualquier acto, y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado lo lleva a decir que lo que el hace importa y lo lleva a actuar como si importara, y sin embargo el sabe que no importa; de modo que, cuando completa sus actos se retira en paz, sin pena ni cuidado de que sus actos fueran buenos o malos, o tuvieran efecto o no.
“Por otro lado, un hombre de conocimiento puede preferir quedarse totalmente impasible y no actuar jamás, y comportarse como si el ser impasible le importara de verdad; también en eso será genuino y justo, porque eso es también su desatino controlado”.
En este punto me enrede en un esfuerzo muy complicado por explicar a don Juan mi interés en saber que motivaría a un hombre de conocimiento a actuar en determinada forma a pesar de saber que nada importa.
Chasqueo suavemente la lengua antes de responder.
Tu piensas en tus actos, dijo. Por eso tienes que creer que tus actos son tan importantes como piensas que son, cuando en realidad nada de lo que uno hace es importante. !Nada! Pero entonces, si nada importa en realidad, me preguntaste, ¿como puedo seguir viviendo? Seria mas sencillo morir; eso es lo que dices y lo que crees, porque estas pensando en la vida, igual que ahora piensas en como será ver. Querías que te lo describiera para poder ponerte a pensar en ello, igual que haces con todo lo demás. Solo que, en el caso de ver, pensar no es lo fuerte, así que no puedo decirte como es ver. Ahora quieres que te describa las razones de mi desatino controlado y solo puedo decirte que el desatino controlado se parece mucho a ver; es algo en lo que no se puede pensar.
Bostezo. Se acostó de espaldas y estiro los brazos y las piernas. Sus huesos produjeron un sonido crujiente.
Te fuiste por un tiempo muy largo. Piensas demasiado.
Se levanto y fue al espeso chaparral a un lado de la casa.
Alimente el fuego para mantener hirviendo la olla. Iba a encender una lámpara de petróleo, pero la semioscuridad era muy confortante. El fuego de la estufa, que daba luz suficiente para escribir, creaba asimismo un resplandor rojizo en mi alrededor. Puse mis notas en el suelo y me acosté. Me sentía cansado. De toda la conversación de don Juan, lo único que punzaba mi mente era que yo no le importaba; eso me producía una inquietud inmensa. Durante un lapso de años yo había depositado en el mi confianza. De no haber confiado en el por entero, el miedo me habría paralizado ante la perspectiva de aprender su conocimiento; la premisa en que mi confianza se basaba era la idea de que yo le importaba en lo personal; de hecho siempre le tuve miedo, pero frene mi temor porque confiaba en el. Cuando el quito esa base, me dejo sin nada en que apoyarme, y me sentí desvalido.
Una angustia muy extraña se posesiono de mi. me puse extremadamente agitado y empecé a pasear de un lado a otro frente a la estufa. Don Juan tardaba mucho. Lo espere con impaciencia.
Regreso un rato después; volvió a sentarse ante el fuego y yo solté atropelladamente mis temores. Le dije que me preocupaba mi incapacidad de cambiar de dirección a mitad de la corriente; le explique que, junto con la confianza que le tenia, había aprendido también a respetar su forma de vivir y a considerarla intrínsecamente mas racional, o al menos mas funcional, que la mía. Dije que sus palabras me habían lanzado a un conflicto terrible porque involucraban la necesidad de cambiar mis sentimientos. Para ilustrar mi argumento, narre a don Juan la historia de un anciano de mi propia cultura: un abogado rico, conservador, que había vivido su vida convencido de sostener la verdad. En los primeros años del treinta, con el advenimiento de la política del presidente Roosevelt se vio envuelto apasionadamente en el drama político de aquella época. Poseía la seguridad categórica de que el cambio era perjudicial al país, y por devoción a su forma de vida y convicción de estar en lo justo, juro combatir lo que consideraba un mal político. Pero la marea de la época era demasiado fuerte; lo avasallo. Pugno contra ella a lo largo de diez años, en la arena política y el territorio de su vida personal; luego, la segunda guerra mundial sello sus esfuerzos con la derrota completa. Su caída política e ideológica dio por resultado una profunda amargura; se autoexilió durante veinticinco años. cuando lo conocí, tenia ochenta y cuatro y había vuelto a su ciudad natal a pasar sus últimos días en un asilo de ancianos. Me parecía inconcebible que hubiese vivido tanto teniendo en cuenta la forma en que había despilfarrado su vida en amargura y autocompasión. Por algún motivo mi compañía le resultaba amena, y solíamos conversar largamente.
Si nada importa en realidad, dije, al convertirse en hombre de conocimiento uno se hallaría, forzosamente, tan vacío como mi amigo y no en mejor posición.
La última vez que lo vi, concluyó nuestra conversación en la forma siguiente;
He tenido tiempo de volver la cara y examinar mi vida. Los asuntos de mi tiempo no son hoy mas que una historia, y ni siquiera una historia interesante. Acaso desperdicie años de mi vida persiguiendo algo que nunca existió. Últimamente he tenido el sentimiento de que creí en algo que era una farsa. No valía la pena. Creo que ahora lo se. y sin embargo no puedo recobrar los cuarenta años que he perdido.
Dije a don Juan que mi conflicto surgía de las dudas a que me habían arrojado sus palabras sobre el desatino controlado.
No es así dijo don Juan cortante. Tu amigo se siente solo porque morirá sin ver. Su vida solo fue para hacerse viejo y ahora a de sentirse mas mal que nunca. Siente haber desperdiciado cuarenta años porque buscaba victorias y no hallo sino derrotas. Jamás sabrá que ser victorioso y ser derrotado son iguales.
“Conque ahora me tienes miedo por haberte dicho que eres igual que todos los demás. Te estas haciendo el necio. Nuestra suerte como hombres es aprender, y al conocimiento se va como a la guerra; te lo he dicho incontables veces. Al conocimiento o a la guerra se va con miedo, con respeto, sabiendo que se va a la guerra, y con absoluta confianza en si mismo. Confía en ti, no en mi.
“Conque temes el vacío de la vida de tu amigo. Pero no hay vacío en la vida de un hombre de conocimiento: te lo digo yo. Todo esta lleno hasta el borde.
Don Juan se puso en pie y extendió los brazos como palpando cosas en el aire.
Todo esta lleno hasta el borde, repitió, y todo es igual. Yo no soy como tu amigo que nada mas se hizo viejo. Cuando yo te digo que nada importa, no lo digo como el. Para el, su lucha no valió la pena porque salio derrotado; para mi no hay victoria, ni derrota, ni vacío. Todo esta lleno hasta el borde y todo es igual y mi lucha valió la pena.
“Para convertirse en hombre de conocimiento hay que ser un guerrero, no un niño llorón. Hay que luchar sin entregarse, sin una queja, sin titubear, hasta que uno vea, y solo entonces puede uno darse cuenta que nada importa.